«Quizás todo lo terrible sea algo que necesita nuestro amor.» Rainer Maria Rilke
Índice
1. Ansiedad: Agorafobia, Angustia, Ansiedad generalizada, Ataque de pánico, Fobia específica, Fobia social
2. Acompañamiento en la enfermedad
3. Autoestima
4. Anorexia
5. Bulimia
6. Dependencia emocional y dificultades en las relaciones íntimas
7. Depresión
8. Duelo
9. Inestabilidad emocional
10. Obesidad
11. Situaciones de cambio
12. Trauma
13. Psicosomática
14. Tabaquismo
1. Ansiedad
«Nuestros miedos pueden ser, si los investigamos, como una cámara del tesoro para nuestro autoconocimiento.» Marilyn Ferguson
La ansiedad es un estado emocional natural que se manifiesta ante determinadas situaciones de la vida. Así, las circunstancias desafiantes o peligrosas frecuentemente van acompañadas de toda una serie de sensaciones físicas como el sudor en la palma de las manos, un galopeo del corazón, mariposas en el estómago… Estas sensaciones son normales y las personas las perciben como tolerables e incluso pueden resultar estimulantes. Sin embargo, en ocasiones sucede que se siente ansiedad la mayor parte del tiempo o en situaciones concretas e inocuas. A veces no se encuentra la razón por la que se siente de esa manera e incluso pueden llegar a evitarse actividades diarias o rutinarias ante la dificultad de manejar la intensidad de esas emociones estresantes. En estos casos podemos estar manifestando un trastorno de ansiedad.
Existen diferentes tipos de trastornos de ansiedad:
La agorafobia es la aparición de ansiedad en lugares donde puede ser difícil escapar. Estos lugares, o situaciones, pueden ser: estar solo dentro o fuera de la casa; viajar en autobús, metro, avión o coche; encontrarse en un puente, mezclarse con gente, etc. Las personas terminan evitando este tipo de situaciones con el consecuente deterioro en su calidad de vida, no pudiendo realizar actividades cotidianas con normalidad.
En el trastorno de angustia las personas se preocupan de manera excesiva con las implicaciones o consecuencias que los síntomas de la ansiedad pueden tener para su vida. Hay personas que llegan a desarrollar un intenso miedo al miedo e interpretan estos síntomas como la consecuencia de una enfermedad física no diagnosticada que puede estar poniendo en peligro su vida. Suele ser frecuente acudir a controles médicos para confirmar reiteradamente que no existe una enfermedad médica.
El trastorno de ansiedad generalizada es la manifestación de una preocupación y ansiedad exagerada con relación a la vida cotidiana que parece no tener causa justificada. Las personas con ansiedad generalizada no logran relajarse y, en general, esperan lo peor.
Muchas veces sufren de fatiga constante, inquietud, trastorno del sueño y tensión muscular. También pueden aparecer síntomas somáticos como sudoración, náuseas, diarreas, mareo, aumento de la frecuencia cardiaca, dificultad para concentrarse o “quedarse con la mente en blanco”.
Este trastorno merma significativamente la calidad de vida. No impide vivir pero las personas que lo sufren no llegan a estar bien del todo, no tienen relaciones cómodas y existe malestar o insatisfacción permanente.
Lo más característico del ataque de pánico es la aparición inminente de un miedo súbito, intenso, desbordante ante una situación que no presenta ningún peligro. Puede presentarse con una gran variedad de síntomas: sudoración, palpitaciones, temblores, sensación de falta de aliento, presión torácica, mareos, miedo a perder el control, miedo a morir, miedo a volverse loco, escalofríos…
A veces estos ataques aparecen con tal intensidad que la persona cree padecer un ataque al corazón y es frecuente que acuda a urgencias. En ocasiones la persona que lo sufre puede relacionarlo con un estímulo determinado. Sin embargo, en muchos casos no existe ninguna conciencia de lo que pudo haber provocado ese miedo intenso.
Las personas con fobia social manifiestan ansiedad ante situaciones sociales, como pueden ser: conocer a nuevas personas, hablar, comer o beber en público por miedo a ser humillados.
Existe un reconocimiento por parte de las personas que padecen este problema de que ese temor es irracional o excesivo. Estas situaciones se evitan o se experimentan con ansiedad y malestar intensos. En algunos casos, estas personas se ruborizan con facilidad y manifiestan otros síntomas de ansiedad como palpitaciones, temblores, sudoración, molestias gastrointestinales y tensión. En casos severos puede manifestarse con la intensidad de un ataque de pánico.
Muchas veces la fobia social viene asociada con una hipersensibilidad a la crítica y a la valoración negativa, con miedo al rechazo y una baja autoestima. El rendimiento laboral puede verse afectado por la dificultad de relacionarse con los compañeros o las figuras de autoridad. Las relaciones más íntimas también pueden verse afectadas debido a esa dificultad de relacionarse con los otros.
En la fobia específica se manifiesta un miedo intenso e irracional ante determinados objetos o situaciones, que puede afectar significativamente la actividad cotidiana de quien lo padece. Las personas con este tipo de trastorno no presentan ansiedad permanente, pero cuando surge aparece con gran intensidad.
Hay diferentes tipos de fobias. Las más comunes son:
– animal: a arañas, perros, etc.
– ambiental: a tormentas, precipicios, etc.
– sangre e inyecciones.
– situacional: a ascensores, aviones, coches, recintos cerrados, etc.
2. Acompañamiento en la enfermedad
«Se ha perdido la conciencia de nuestra existencia pasajera; el sufrimiento y la muerte no tienen palabras y están apartadas de la vida individual y social.» Verena Kast
Podemos definir la salud como las distintas funciones corporales que se conjugan de un modo determinado y producen un modelo armonioso. Si una de las funciones se perturba la armonía del conjunto se rompe, entonces aparece la enfermedad. Vista así, la enfermedad significa la pérdida de una armonía.
Cada enfermedad trae consigo pérdidas, no solo la pérdida de la salud. En muchos casos hay una pérdida de autonomía, de relaciones sociales, de vida laboral, de actividades, de proyectos y de autoimagen. Estas pérdidas detienen el fluir y el desarrollo natural de la vida. Entonces surgen preguntas que, en muchos casos, no encuentran respuestas: ¿por qué a mí?, ¿por qué ahora?, ¿qué hice?, ¿qué me pasa?
En estas circunstancias suele producirse una gran vulnerabilidad al dejar de funcionar y dejar de ser lo que uno era. Aparecen muchos sentimientos difíciles de manejar como la impotencia, la rabia y la tristeza que, en ocasiones, pueden derivar en una depresión o en un cuadro de ansiedad.
Ante estas situaciones las personas más cercanas se encuentran desbordadas y sobrecargadas haciéndose muy difícil el acompañamiento y/o la convivencia.
Con todo esto la persona afectada puede sentirse muy sola y desalentada. Ha perdido la confianza en las funciones del cuerpo y surge la inseguridad y la desesperación. Hay miedo a lo que está sucediendo y a lo que pueda suceder.
La terapia puede ser ese espacio donde manejar y elaborar toda esa gama de emociones que surgen, donde buscar caminos alternativos que nos ofrezcan la oportunidad de reconstruir nuestra vida a pesar de la enfermedad y sus efectos; además de atender otros aspectos concretos que pueden aparecer con la enfermedad (control del dolor, preparación quirúrgica, manejo del estrés, etc.). Sabemos que la hipnosis es una valiosa herramienta en enfermedades crónicas. Produce una relajación vegetativa en el organismo que reduce el miedo, el dolor y genera la calma que el cuerpo y la mente necesitan para recuperarse.
3. Autoestima
«El mundo entero se aparta cuando ve pasar a una mujer o a un hombre que sabe dónde va.» Antoine de Saint-Exupéry
Como dice Virginia Satir, la autoestima es un concepto, una actitud, un sentimiento, una imagen y está representada por la conducta.
La integridad, la sinceridad, la responsabilidad y la compasión, el amor y la competencia surgen con facilidad en aquellos que tienen una elevada autoestima. Tenemos la sensación de ser importantes, de que el mundo es un lugar mejor porque nos encontramos en él. Tenemos fe en nuestras competencias, podemos pedir ayuda a los demás a la vez que podemos tomar nuestras propias decisiones. Desde el respeto hacia nosotros mismos podemos respetar al otro. Nos aceptamos por completo como seres humanos. Somos capaces de reconocer nuestros sentimientos y canalizarlos de una manera saludable evitando actos impulsivos que dificultan nuestro bienestar en la vida.
Cuándo uno siente que vale poco no espera un buen trato de los demás y fácilmente puede acabar convirtiéndose en víctima. La desconfianza surge entonces como un medio de protección, recurso que con el tiempo lleva al individuo a una sensación de soledad y aislamiento. Esta experiencia le confirma a uno mismo que no vale y que no puede ser querido. Las causas que acarrean una falta de autoestima pueden ser diversas. A menudo surgen en la infancia temprana debido a situaciones que nos han generado inseguridad.
En nuestro pasado hemos podido recibir mensajes como “no lo vas a conseguir”, “qué va a ser de ti”, “que egoísta eres” que nos han marcado y nos han dejado con la idea de no ser buenos o no ser válidos. Hay quienes han vivido el abandono de una persona importante y esto ha dejado grabado en su fuero interno el mensaje de “no ser merecedor”.
La autoestima de las personas que nos han criado y acompañado en la vida también constituye otro factor importante para nuestra estima. Más allá de todo esto, se encuentran las situaciones de éxito o fracaso a las que nos enfrentamos diariamente.
Así, una serie de fracasos puede contribuir a un sentimiento de “no ser digno” o “no ser capaz”. La falta de estima puede colocarnos en un lugar en la vida poco saludable. Esta falta de estima se puede ver en la relación que tenemos con los otros, en la elección y el manejo de nuestra vida laboral y en cómo nos ubicamos en el mundo. También podemos reconocerla en la necesidad constante de agradar a los otros, en la dificultad de tomar decisiones de forma autónoma, en el miedo a expresar emociones negativas, en la dificultad a decir que no, en el no sentirnos con derecho a pedir ayuda, en la incomodidad de aceptar cumplidos, en disculparse demasiado o en agradecer en exceso.
Con todas estas exigencias, limitaciones y presiones la vida se vuelve muy difícil. Pero siempre tenemos la opción de situarnos en un lugar mejor, aceptándonos como somos, dándonos la oportunidad de existir y actuar en conformidad con lo que sentimos.
4. Anorexia
«Tu cuerpo es templo de tu alma. Consérvalo sano; respétalo; estúdialo, concédele sus derecho.» anónimo
La anorexia, la bulimia y la obesidad constituyen el conjunto de los problemas de la conducta alimentaria. El común denominador de todos ellos es la relación disfuncional con la comida. Ésta deja de cumplir su función básica, que es la de alimentar al cuerpo, y se convierte en expresión de conflictos intrapsíquicos e interpersonales. Estos trastornos alimentarios son la expresión visible de problemas subyacentes que sustentan todo el conjunto de síntomas que, con frecuencia, aparecen acompañados de depresión y ansiedad no reconocidas.
Desde un punto de vista clínico, la anorexia presenta una mayor gravedad ya que su desarrollo puede perjudicar gravemente la salud de la persona que la padece y, en caso extremo, puede ocasionarle la muerte. Suele comenzar en la adolescencia pero también puede darse más tarde. El eje de este trastorno es el deseo de perder peso y el miedo intenso a ganarlo.
La anorexia implica la existencia de una grave distorsión de la imagen corporal. Así, una persona con anorexia puede verse gorda a pesar de estar por debajo de su peso. Los métodos utilizados para perder peso suelen ser: la reducción de la ingesta, la utilización de laxantes y diuréticos, el vómito inducido o la práctica excesiva de ejercicio físico.
Estos síntomas pueden ser la expresión de conflictos internos relacionados con el proceso de maduración y con la concepción de la figura femenina. Las personas que padecen anorexia sienten necesidad de tener control sobre su cuerpo y su sexualidad. Por ello, el aumento de peso es vivido como un intolerable fracaso de su autocontrol.
A nivel familiar suelen existir conflictos no reconocidos como puede ser una falta de límites que obstaculiza o dificulta la autonomía de cada miembro de la familia. Las personas que desarrollan una anorexia suelen tener una autoestima baja que intentan solventar con una alta auto-exigencia a nivel personal, académico y profesional. Todo esto genera una dinámica de la cual es difícil salir. Para romperla, en la mayoría de los casos, es necesario llevar a cabo una intervención multidisciplinar.
5. Bulimia
El síntoma predominante en la bulimia es la ansiedad por comer, lo que podríamos denominar “atracones de comida”. En esos momentos la persona “engulle” grandes cantidades de alimento de una forma incontrolada a lo que sigue el vómito inducido.
La bulimia suele aparecer algo más tarde que la anorexia, generalmente al final de la adolescencia. A veces los síntomas de la anorexia y de la bulimia se mezclan, en esos casos el trastorno se denomina “bulimiarexie”. También hay anorexias que, con el tiempo, evolucionan hacia la bulimia.
Al igual que en la anorexia, la persona que padece bulimia experimenta preocupación por la subida de peso, sin embargo en la bulimia podemos encontrar personas con extrema delgadez, peso normal o sobrepeso. El hecho de mantener el peso dentro de unos parámetros normales hace que el problema sea menos visible para el entorno. Sin embargo, a diferencia de la anorexia, la persona que padece bulimia, consciente de sus dificultades, sufre y se siente cada vez más vulnerable e insegura. Reconoce su relación disfuncional con la comida y eso le genera un profundo sentimiento de culpa, vergüenza y hostilidad hacia sí misma.
A pesar de tener conciencia del problema, no es capaz de detener esa compulsión, ya que como cualquier síntoma cumple una función que, en este caso, es la de manejar y gestionar unos sentimientos intensos. El vómito libera la presión que la persona siente y le genera calma. El síntoma aparece entonces como solución ante la gran dificultad de reconocer, admitir y hacerse cargo de unas necesidades y sentimientos que la persona intenta reprimir, sacrificando su bienestar, para conservar la armonía con los que la rodean. A nivel terapéutico hay muchos aspectos que tratar pero el que presenta mayor dificultad es la disposición del paciente a comprometerse e involucrarse en un tratamiento terapéutico.
6. Dependencia emocional y dificultades en las relaciones íntimas
Hay personas que se encuentran repetidamente atrapadas en relaciones emocionales negativas sin poder salir de ellas aunque exista un maltrato emocional o físico. Al intentar dejar la relación sufren una gran angustia, y aunque a un nivel saben que es lo mejor, se sienten incapaces de funcionar adecuadamente solos.
Hay dificultad de tomar decisiones cotidianas si no cuentan con el consejo y la reafirmación de los demás. No les es fácil expresar desacuerdos o mostrar el enfado que sería adecuado con aquellos cuyo apoyo o protección aparentemente necesitan por temor a contrariarles y ser abandonados. Toda su existencia está en manos de los demás. La manera en la que manejan su vida les reafirma en la creencia que ya tienen de sí mismos “no soy válido”, mermando aun más su autoestima. Por lo general, estas personas se quedan atrapadas en una única relación o van de relación en relación, sin valorar si la pareja encontrada es la adecuada.
En el lado opuesto, se encuentran aquellas personas que tienen grandes dificultades de comenzar o mantener una relación. Suele haber problemas con la intimidad. Para estas personas establecer una relación íntima significa hacer sacrificios o exponerse a experimentar dolor. Deciden que es mejor seguir solos que revivir en la intimidad de la pareja ese dolor que ya han experimentado repetidamente en su infancia y posteriormente en otras relaciones. Sin embargo, tampoco se sienten felices con su vida en solitario.
En ambos casos hay que buscar la manera de poder estar bien en una relación.
En el primer caso, se trata de generar un sentimiento de auto-competencia, autosuficiencia y autonomía, desarrollar la confianza en sus habilidades y aumentar la autoestima.
En el segundo caso, es importante sanar las heridas de relaciones anteriores y aprender de lo pasado, generando relaciones diferentes y más saludables.
7. Depresión
«Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.» Rabindranath Tagore
Es un trastorno complejo, muy frecuente hoy en día. El conjunto de sus síntomas puede manifestarse de una forma muy variada y por ello, en ocasiones, es difícil de diagnosticar.
La depresión puede mostrarse a nivel físico a través de trastorno del sueño, de falta de libido, pérdida del apetito o un apetito exagerado, falta de concentración, trastornos digestivos, dolor de cabeza o cansancio.
A nivel cognitivo puede expresarse en la dificultad para mantener la atención y en un “estar olvidadizo”. A nivel psíquico se manifiesta en apatía, disforia, falta de motivación, evitación del contacto social, baja autoestima, pensamiento negativo sobre el futuro, miedo al fracaso, sentimiento de culpa y rumiación.
Las causas de la depresión pueden ser igual de variadas. Por un lado, una depresión puede surgir tras una pérdida, un evento traumático o por una sobrecarga.
Por otro lado, puede surgir a consecuencia de conflictos intrapsíquicos entre el deber y el querer, la autonomía y la dependencia, etc.
En ocasiones la depresión puede tener una base biológica, en cuyo caso es imprescindible el uso de psicofármacos. Según avanzamos en edad vamos sufriendo pérdidas. En muchos momentos también estas pérdidas pueden desembocar en estados depresivos. Esto es lo que sucede con la menopausia en las mujeres, la jubilación, algunos cambios en el entorno familiar y social, enfermedades físicas, etc.
8. Duelo
«Da palabras al duelo; el dolor que no habla murmura en el fondo del corazón y le ruega romperse.» William Shakespeare
El duelo es una experiencia que, tarde o temprano, acontece en la vida de todo ser humano. Es un hecho ineludible. Todos lo atravesamos en nuestras vidas, puesto que siempre perdemos a alguien o algo querido.
Cada pérdida o muerte de un ser querido y su posterior integración, se vive de forma diferente y subjetiva. Los factores que condicionarán el periodo de duelo son:
– La relación con la persona fallecida. La duración de esta relación y la intensidad del vínculo será determinante en la expresión del proceso.
– Las circunstancias que rodean la muerte: una muerte inesperada, muertes traumáticas, presenciar la muerte de un ser querido en situaciones traumáticas, suicido, pérdidas graves a lo largo de la biografía, pérdidas donde no aparece el cadáver, pérdidas donde la persona que sobrevive se siente culpable, pérdidas con tabú, pérdidas donde se ha tenido una relación ambivalente con la persona fallecida, pérdida de un hijo, pérdida de los padres en la infancia.
– La personalidad del doliente.
– La red social de apoyo.
El proceso de duelo es complejo e individual, extraordinario y único. Una experiencia que puede incluso percibirse a través de procesos psicosomáticos como dolor en el pecho, pérdida de peso, trastornos del sueño, etc. Su desarrollo a lo largo del tiempo no es lineal, evoluciona en forma de bucle. Durante el mismo, la persona se mueve en la polaridad de emociones intensas como el dolor y el enfado.
Es un intento de reorganización interna del “yo” que ha sido amenazado por la pérdida. Por la complejidad del proceso la persona puede estancarse y quedarse atrapada.
Las características que determinan una dificultad en el proceso de duelo son las siguientes:
– Pensamientos e impulsos suicidas.
– Sentimiento de culpa masiva y persistente.
– Sentimientos extremos de desesperanza y desesperación.
– Enfado incontrolado y amargura.
– Síntomas psicosomáticos.
– Miedo desmesurado a la enfermedad y a la muerte.
– Prolongación del embotamiento afectivo.
– El doliente ha desarrollado síntomas físicos como los que desarrollaba el fallecido antes de la muerte.
El duelo sana la herida que produjo la pérdida de un ser amado. A medida que el tiempo pasa, si no hay dificultad, la herida va cicatrizando. La persona que se ha ido pasa a tener otro lugar en nuestra vida.
El duelo expresa nuestra capacidad de amar y nuestro compromiso con el otro. Es un reconocimiento de amor. Da sentido a la pérdida y libera nuestra energía vital.
9. Inestabilidad emocional
Cuando alguien experimenta inestabilidad emocional su modo de sentir suele ser intenso, cambiante y altamente reactivo. Esto ocasiona cambios bruscos en el estado de ánimo. Así, pueden sentirse ansiosos, irritables, deprimidos, hiperactivos o eufóricos en cortos periodos de tiempo.
En la mayoría de los casos, estos sentimientos surgen en torno a dos experiencias: el miedo al abandono que les lleva a vivir cualquier alejamiento temporal como una soledad perpetua y la ira inapropiada ante las frustraciones que, aún siendo intrascendentes, se asientan en un cúmulo de miedos. Estas reacciones emocionales tienen su base en sentimientos crónicos de vacío siendo incapaces de tranquilizarse a sí mismos. Se sienten perdidos y confusos acerca de quiénes son. Esto se manifiesta en los cambios frecuentes de amigos, carrera, pareja e incluso de orientación sexual.
Hay una gran dificultad de integrar formas ambivalentes de concebir la realidad por lo que se muestran cambiantes y extremistas en su valoración de las cosas.
Aunque tengan una capacidad intelectual alta se muestran poco realistas en el planteamiento de metas y en la solución de problemas, lo cual les lleva frecuentemente a fracasos en los estudios y la vida laboral.
En la relación con los demás está muy presente el miedo a la intimidad y la intolerancia a la separación. Viven la unión con el otro como una pérdida de autonomía que les genera un sentimiento de no existencia y la separación como un abandono.
Todo este conjunto de vivencias puede tener su origen en experiencias tempranas traumáticas como relaciones primarias conflictivas, experiencias de abuso o crecer en entornos con altos niveles de hostilidad y dificultades comunicativas. Si este tipo de sintomatología es una constante en la vida de una persona puede derivar en lo que en psiquiatría se denomina “borderline”.
El tratamiento puede ser la oportunidad para generar nuevas formas de relacionarse con los demás, de manejar esas emociones intensas, de disminuir la impulsividad, de aprender a convivir con lo ambiguo y lo incierto sin que la angustia y las emociones lo desborden todo y de afirmar y consolidar su individualidad y generar un sentido del yo.
10.Obesidad
«Muchas veces las personas me dicen que no pueden quererse a sí mismas porque son demasiado gordas… Yo les explico que están gordas porque no se quieren, porque cuando empezamos a amarnos y aceptarnos es impresionante como ese peso sencillamente desaparece de nuestros cuerpos.» Louise Hay
La obesidad no solo constituye un problema estético, es una afección que genera grandes riesgos para la salud como la diabetes tipo II, enfermedades coronarias, apnea del sueño, problemas gastrointestinales, etc. Además trae consigo muchos inconvenientes: desde no encontrar la ropa deseada, o sentir incomodidad en situaciones sociales, hasta tener dificultad para atarse los zapatos.
Sabemos que la función de comer es la de aportar los nutrientes necesarios al cuerpo para sobrevivir. En las personas obesas esta función se ha perdido. La comida comienza a adquirir otros cometidos como mitigar la ansiedad y el estrés o manejar las diferentes emociones que son difíciles de expresar o tolerar. Esto es fácil de entender si sabemos que nuestras primeras experiencias con la comida tienen un alto contenido emocional. Alimentarse y ser alimentado cumple una función de interacción con el otro y nos vincula con la sensación de ser sostenidos y arropados. De esta forma, la alimentación proporciona una sensación de profunda conexión y nos genera calma y serenidad. Así, para la persona con obesidad, la comida se convierte en un auto-consuelo aunque al final acaba siendo un auto-castigo. Sin embargo, en muchas ocasiones, las personas obesas no tienen conciencia de estar utilizando la comida con este fin.
En nuestra sociedad el recurso más común para luchar contra la obesidad es la dieta o el régimen. A pesar del éxito inicial de estos procedimientos, en la mayoría de los casos, sus efectos no logran mantenerse en el tiempo.
Nuestro cuerpo es un organismo sabio y su qué hacer principal está al servicio de nuestra supervivencia. Con las dietas surge un círculo vicioso que genera una dinámica de la que es difícil salir: dieta- dejar dieta- aumentar peso por encima del peso inicial- otra vez dieta- etc. Estos constantes fracasos además suelen tener un efecto negativo en nuestra estima provocando sentimientos de incompetencia personal. Al final las dietas, lejos de ser una solución, se convierten en un problema adicional.
Una vez descartados los factores médicos, una alternativa más adecuada puede ser aprender a manejar el estrés y la ansiedad, haciéndonos cargo de nuestras emociones, identificando los factores o las situaciones que nos precipitan a comer compulsivamente, restableciendo la relación saludable hambre-comida para que ésta vuelve a adquirir el lugar que le corresponde.
11. Situaciones de cambio
«El agua que fluye nunca se pudre; así es que hay que mantenerse en movimiento.» Bruce Lee
La vida requiere flexibilidad y capacidad de cambio. A lo largo de nuestro ciclo vital tenemos que hacer frente a una serie de cambios que, aunque sean naturales y necesarios, pueden generarnos un alto nivel de estrés.
Cambios de este tipo pueden ser la convivencia en pareja, el nacimiento de un hijo, la búsqueda de trabajo, un cambio de residencia, la salida de los hijos de la casa paterna, la menopausia en las mujeres, la jubilación, etc.
A estas crisis naturales, actualmente sumamos las exigencias del mundo moderno. Hoy en día es difícil conciliar la vida familiar y laboral. El trabajo requiere cada vez más desplazamientos geográficos y el mercado laboral es más exigente. Muchas relaciones fracasan ante esas demandas, aumentan los divorcios y cada vez son más frecuentes las familias monoparentales. Los viejos esquemas y referencias ya no nos sirven.
Todo esto exige flexibilidad, energía, capacidad adaptativa y fuerza para afrontar la pérdida de una seguridad establecida, generatividad ante lo nuevo que se acontece y una aceptación de la nueva realidad. Pero todo esto no es fácil y uno puede quedarse estancado en el camino manifestando síntomas de ansiedad y depresión.
Surge la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio. En ocasiones éste se adquiere a través de un simple cambio de visión.
Otras veces se trata de encontrar alternativas o de aceptar y aprender a manejar nuestra realidad de una forma diferente.
12. Trauma
«Las ruinas son a menudo las que abren las ventanas para ver el cielo.» Viktor Frankl
El trauma puede ser entendido como una única, intensa y desbordante experiencia que la psique no puede asimilar o integrar. Sabemos que el ser humano posee una capacidad determinada para asimilar las experiencias de vida. Esta capacidad difiere de unos a otros en base a rasgos hereditarios, constitucionales y las diferentes experiencias vitales.
Así, cuando nos encontramos ante una situación que rompe nuestros esquemas, como es el caso del abuso por parte de un familiar, un accidente grave, o una agresión criminal, se quiebra nuestro entendimiento del mundo alterando nuestra conciencia de un modo radical.
Esta situación nos conmociona psíquica y físicamente. La persona se siente extraña, desconectada de la vida y pierde la confianza en el mundo que le rodea. Este tipo de experiencias genera unos efectos inmediatos: ansiedad, rabia explosiva, pesadillas y flashbacks. La persona puede sentirse bloqueada e inhibida y experimentar sentimientos de indefensión, miedo y pánico.
Estos mismos síntomas pueden aparecer a largo plazo si la experiencia traumática no es integrada de forma adecuada. Es decir, si el trauma es elaborado los síntomas remiten; sin embargo, la no elaboración interna de la experiencia traumática puede dar lugar a que estos síntomas se vuelvan crónicos.
Se pueden diferenciar dos tipos de traumas:
– Trauma que está generado por otro ser humano: maltrato físico, abuso sexual, violación, agresión criminal, agresión civil, guerra, tortura…
– Trauma generado por catástrofes y accidentes.
Nosotras consideramos que también puede ser traumática la vivencia de una enfermedad grave o el maltrato emocional. Aunque las causas del trauma pueden variar, en todos los casos es importante recuperar un mínimo de seguridad y confianza que nos permita volver a conectar con la vida integrando lo vivido.
13. Psicosomática
La psicosomática es el juego entre el cuerpo y el alma. Un problema psicosomático aparece cuando un malestar emocional o psíquico se niega o no es reconocido por la persona. En estas situaciones un gran porcentaje de la población acude al médico de cabecera ya que, a primera vista, la sintomatología no hace sospechar ninguna dificultad psicológica. Los síntomas que aparecen más frecuentemente son cansancio, dolores, trastornos del sueño, trastornos gastrointestinales, trastornos coronarios e hipertensión. Cabe diferenciar tres grupos de afecciones según el grado en el que el soma (el cuerpo) se ve afectado a nivel orgánico.
El cuerpo puede expresar de modo directo y simbólico lo que está sucediendo en nuestra vida y no somos capaces de asimilar. Cuando eso ocurre hablaríamos de una conversión. Los síntomas afectan a la función motora voluntaria o la sensorial. La frustración amorosa o el sufrimiento por la pérdida de un ser querido puede reflejarse a nivel físico como un dolor en el corazón. El miedo a expresar algo puede manifestarse en dificultades para hablar como una afonía o un carraspeo en la garganta. Cuando dentro de una relación amorosa, a nivel inconsciente, uno quiere salir de ella puede desarrollar una dificultad al andar. En todos estos casos que se han mencionado, no existe ninguna afección orgánica sin embargo la persona padece y sufre toda esa sintomatología.
Muchas veces los síntomas no tienen este tipo de connotaciones simbólicas pero están generados por un malestar psicológico ya que, al examinarlos a nivel físico u orgánico, no hay evidencia médica que explique su presencia. En estos casos estaríamos ante trastornos de somatización que pueden expresarse como: dolor de cabeza, de espalda, diarrea, urticaria, falta de apetito, sudoración excesiva, trastornos del sueño, colón irritable, síntomas cardiovasculares, afecciones en la piel, etc.
Por último cabe destacar aquéllas donde realmente existe una afección orgánica con un cambio morfológico probado y donde los factores psicológicos o emocionales han tenido una influencia demostrable en su generación o en su desarrollo. Las afecciones más comunes son el asma, la úlcera, la colitis ulcerosa, la dermatitis y la poli-artritis crónica.
El valor del factor psicológico en cada una de estas enfermedades puede variar según la persona. Por esta razón es necesaria una evaluación de cada caso. Para su tratamiento sería recomendable la intervención médica y psicológica.
El proceso terapéutico, además de atender las consecuencias psicológicas provocadas por el malestar o deterioro físico, se ocupa de los factores emocionales implicados en estos trastornos para liberar al cuerpo de cargas innecesarias y facilitar la recuperación de la salud.
14. Tratamiento del Tabaquismo
En la actualidad debido a la reciente ley antitabaco la presión que sienten los fumadores para dejar de fumar ha aumentado considerablemente. Además, en estos últimos años se ha generado una nueva conciencia respecto a los efectos nocivos que el tabaco tiene para la salud. Ante estos hechos muchos fumadores toman la decisión de dejar el tabaco. Sin embargo, para estas personas el síndrome de abstinencia presenta un gran problema que termina frustrando todos sus intentos.
En estos casos, la hipnosis es una valiosa herramienta que facilita y aligera el proceso de deshabituación. La hipnosis merma el deseo de fumar, nos pone en contacto con nuestros recursos, abre nuevas alternativas, nos da la posibilidad de manejar el estrés de una forma diferente e impulsa hábitos saludables.